
Estos guerreros rebeldes retrocedieron hasta peligrosos parajes en la jungla, donde solo cazadores, exploradores y las bestias nativas conservarían la razón y el espíritu en calma. Así pasarían muchos años aprendiendo de la jungla, en que incursiones imperiales dentro de los laberintos de la selva, ya sea por ataques de los animales, insectos venenosos, o siendo cazados por los mismos rebeldes siempre fracasarían en su afán por dominarlos. Mas no era la selva ni sus peligros lo que desmotivaba a estos guerreros imperiales, según los rumores de los que volvían con vida se decía que la jungla había cambiado a estos guerreros infundiéndoles de una magia poderosa y oscura donde incluso como una eterna penitencia las cabezas de sus enemigos (tzantzas, tsantsas, txantxas) eran llevados como trofeos colgantes en collares o en la vestimenta, sus almas nunca encontrarían reposo y solo servirían para infundir al dueño más poder.
En el interior de la selva entre los guerreros rebeldes los conflictos también eran internos, repartidos en varias tribus vecinas según cuentan sobre ellos, siempre alertas, siempre hábiles y astutos, siempre compitiendo en la búsqueda por más mujeres (eran polígamos), incluso la muerte por parte de uno de ellos le otorgaba al vencedor las mujeres e hijos del caído y el derecho a adquirir su cabeza y convertirla en un tzantza.
Hay muchas razones por la que uno de estos guerreros rebeldes pueda querer un tzantza:
- Da prestigio al portador.
- Según creían el portador absorbía el “Arutan” del vencido(cultura, valor y poder)
- Humillaba a la tribu del vencido.
- Buscaba el “Muisak” del vencido (alma y control de sus posesiones como mujeres) y también evitar que por medio del muisak el vencido buscara venganza.
- También reducían cabezas de algunos animales salvajes en caso no se haya podido cortar la cabeza de una víctima.
Aunque parece un buen tema de alguna película épica o al estilo de “depredadores” lo cierto es que es una historia real, el imperio del que estábamos hablando fue el Imperio Inca y las tribus de guerreros rebeldes los Jibaros. Durante siglos rechazaron todo tipo de incursión desde el periodo Prehispánico, pasando por los misioneros y colonizadores hasta muy entrada la era moderna.
También es un misterio aun sin descifrar cual era el ritual y el proceso exacto por el cual reducían las cabezas, pues existen diferentes teorías y fragmentos de algunos relatos en que nos lo describen, pero aun ahora no se ah podido imitar el proceso a la perfección.
Hay una versión dada por un intérprete que data de 1935, y es que: cuando una tribu se ponía de acuerdo sobre la víctima, la atacaban y cortaban 5 cm bajo el cuello, cocinaban en una olla con extrañas hierbas para curtirlas (se desconoce cuáles eran) después era sacada con un palo. Se le deshuesaba dejando ojos y lengua y después de que se haya secado, se rellenaba con piedras y arena caliente, luego con un machete caliente se aplastaba los labios, después los cosían con palitos y chambira (esto evitaba que hable y el muisak se escape), este proceso hacia que la cabeza se redujera al tamaño de un puño o una naranja conservando el cabello en buen estado. Todo este proceso dura cerca de 20 horas, luego el vencedor haría una ceremonia ritual con mucha chicha embriagante. (Es una recopilación)
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