miércoles, 8 de mayo de 2013

¿Es la verdad… la verdad? - Cuento Hindú

Cuentan que hace mucho un rey había meditado durante unos días, en un estado ausente se hacía muchas preguntas una de las cuales era ¿porque los seres humanos no eran mejores?

Al no poder resolver estos enigmas pidió que le llevaran a un sabio ermitaño que vivía en un bosque cercano y que llevaba años meditando ganando la admiración de los que con él se cruzaban y ganando fama por su ecuanimidad y sabiduría.

A fuerza fue sacado el ermitaño de la paz de su ambiente y en presencia del rey le dijo:

-          Señor, ¿que deseas de mí?

 

-          He oído hablar a la gente de ti, le dijo el rey, sé que en cambio tu no hablas mucho, que no buscas ni honores ni placeres, y que no ves diferencia alguna entre un pedazo de oro y uno de arcilla; aun así la gente dice que eres un sabio.

 

-          Eso dice la gente señor - dijo el ermitaño.

 

-          A propósito de la gente, quiero preguntarte – dijo el monarca - ¿Cómo lograr que la gente sea mejor?

 

-          Puedo decirle señor que las leyes de los hombres por si solas no bastan, ni de cerca, para hacer mejor a la gente – dijo el ermitaño – El ser humano tiene que cultivar ciertas actitudes y practicar ciertos métodos para alcanzar la verdad de orden superior y llegar a una clara comprensión. Esa verdad de orden superior, no tiene mucho que ver con la verdad ordinaria.

 

El rey se quedó mirando al ermitaño intentando discernir sus palabras, luego dijo confiadamente:

-          Ermitaño, de lo que yo estoy muy seguro sin duda alguna es que puedo lograr que la gente diga la verdad, así es aunque no lo creas, puedo lograr que sean veraces.

El ermitaño miro al monarca y sonrió levemente, pero guardo un noble silencio.

El rey decidió construir un patíbulo en el puente que daba acceso a su ciudad para demostrar que lo que decía era cierto. Una guardia especial detenía a todo aquel que entraba a la ciudad y pronto corrió la voz de que cualquier persona que quería entrar a la ciudad seria previamente interrogada. Si dice la verdad podrá entrar a ella pero si miente seria conducido al patíbulo y ahorcado.

El ermitaño no durmió esa noche, medito sobre la medida del rey y al amanecer se puso en marcha de nuevo hacia la ciudad, caminando lentamente.

Al llegar al puente el ermitaño lo cruzo pero la guardia se puso en su camino:

-          ¿A dónde vas? – le dijeron.

-          Voy camino a la horca para que podáis ahorcarme – respondió el ermitaño.

El capitán muy seguro dijo:

-          No lo creo.

-          Pues bien capitán, si he mentido puedes ahorcarme.

-          Pero si te ahorcamos por haber mentido – pensó el capitán – habremos vuelto cierto lo que has dicho y en ese caso no te habríamos ahorcado por mentir sino por decir la verdad.
Así es – dijo el ermitaño sonriendo – Ahora usted sabe lo que es la verdad… ¡Su verdad!

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