
Esta procesión vaga por los caminos y a su paso se escucha
lamentos, campanillas y loas fúnebres. Antiguamente la gente decía que por las
noches un fantasma vagaba por las calles de Luanco y lo llamaron La Güeste o
Güestia, por este motivo nadie salía por las noches ya que la oscuridad era
completa debido a que no había iluminación.
Había un lugar que se llamaba “el campo de los desmayos”
debido a unos Sauces llorones gigantes, también un cementerio que asustaba y
mantenía alejada a la gente en las noches. Se rumoreaba que los espíritus entre
ellos la Güestia también conocida como “la Santa Compañía” entre otros alias, aparecían
ahí cuando la noche caía.
Las personas que se cruzan con este ente son golpeadas con
un palo o reciben una bofetada como una advertencia, esto se considera de buena
suerte porque de otro modo el que tenga la mala suerte de toparse con ella
puede recibir presagios fúnebres, otros solo la ven pasar y normalmente no
quieren hacer saber que están presentes.
Se dice que los únicos que pueden observar esta procesión son
los que han sido bautizados con los santos oleos o los que van a recibir alguno
de sus oscuros presagios, cuando ocurre esto último uno mismo se ve como parte
de esta procesión en otras palabras se le a anunciado su muerte.
También la Güestia visita a las personas enfermas y/o
moribundas, cuando eso ocurre hay todo un ritual que sucede en la casa del
visitado. Toda la compañía rodea la casa del moribundo en tres rondas ejerciendo
rezos y canticos, al término de la última vuelta el moribundo muere apareciendo
su imagen en un féretro etéreo que cuatro de las almas en pena cargan y estaba vacío.
A continuación la Güestia gime y todo se apaga, el grupo desaparece volviendo
al cementerio o a la iglesia donde comenzó su marcha. Cuando vuelven al
cementerio las puertas de el se abren y se cierran solas, los perros guardianes
aúllan por el muerto y se escucha como si alguien tocara las campanas claro que
no se ve a nadie.
Esta compañía suele también rondar los huertos, colocando
los mojones que delimitan las fincas ya que en vida algunos de los
participantes de la Güestia movieron los límites para robar un poco de extensión
del suelo a su vecino y por lo cual ahora paga en el purgatorio.
Se escucha murmurar cuando eso ocurre de esta manera:
“cuando estábamos vivos, andábamos despistados,
Ahora que estamos muertos, andamos por estos huertos,
¡Andar, andar, hasta el tronco de la higuera!”
Sumándole a esto cuando un incauto se cruza con este grupo,
el grupo advierte:
“Andar de día que la noche es mía”
Los que narran esta leyenda dicen que quienes se encuentren
directamente con la Güestia, tendrá que trazar un circulo en suelo con un palo
de rama de olivo bendecida un domingo de ramos permaneciendo dentro de el hasta
que pase la Güestia, pues estos espectros respetaran al que este dentro del “Asilo”
en cualquier otro caso el que tenga la mala fortuna de cruzarse recibirá un
cirio que será un hueso encendido anunciándole que morirá luego y los
acompañara por siempre.
Aunque algunas veces en este grupo hay uno que se hace
llamar padrino y que a veces decide que no toquen al alma que se les cruza por
esa vez.
Existe una leyenda que habla acerca de la Güestia y que le
mostramos a continuación:
Una costurera de
la parroquia de Libardón, en el Concejo de Colunga, iba todos los días a coser
al Eslabayo; al regreso, por la noche, su amo la acompañaba hasta cierto sitio
y allí se daba la vuelta.
Un día, al
oscurecer, la costurera vio que por el prado y en dirección a ella avanzaban
muchas luces: “allí viene una procesión – dijo la costurera – voy a correr para
abrirle la portilla y arrodillarme detrás de ella mientras pasa”.
Tal y como lo
pensó, así lo hizo; pero, se sorprendió cuando notó que no conocía a nadie de
los que formaban la procesión, tampoco entendió una palabra de lo que iban
rezando. Notó que cada una de ellas llevaba una vela encendida, una al pasar
por su lado, se la dio a la costurera. Pasó la procesión volviendo el silencio,
la costurera vio luego con horror que lo que le habían dejado era un “hueso
encendido” y no una vela. Esto le produjo tanto miedo que enfermó y al poco
tiempo murió.
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