
“Era de noche,
recordé que adeudaba la cuota mensual de Internet y para evitar un indeseado
corte, decidí ir al centro comercial donde la empresa tenía un buzón para pagos
fuera del horario comercial. Al lado de la antigua sede de Camalott
Communications, en Abilene, se hallaba un cine, que en ese momento proyecta
Mortal Kombat, así que estacioné frente a la marquesina para aprovechar la luz
y escribir el cheque, cuando de repente alguien golpeó la ventana del
acompañante.
Volteé la cabeza
y vi que había dos niños observándome. Era difícil determinar su edad exacta,
pero tendrían entre 10 y 14 años. Pensé que me iban a pedir unas monedas e
inesperadamente sentí pánico. (…) Fue algo indescriptible que nació desde lo
más interno y primitivo de mí ser.
El chico más alto
sonrió y eso me heló aún más la sangre. Sabía que algo no estaba bien, pero no
sabía qué era. Por inercia bajé el cristal y pregunté qué necesitaban. Él chico
sonrió aún más y pude ver que sus dientes era muy, muy blancos.
‘Hola, señor,
tenemos un problema’, respondió, mientras el otro chico permanecía mirándome
fijo, en silencio. La voz era la de un joven, pero su dicción era calma, tal
vez muy aplomada para su edad. Sentí ganas de irme, pero no puede evitar seguir
oyéndolo. ‘Verá, mi amigo y yo queríamos ver la película, pero olvidamos
nuestro dinero’, continuó. ‘Necesitamos ir a nuestra casa por él. ¿Nos
llevaría?’
‘…Uh, bueno…’,
fue lo mejor que pude decir. Aquí es donde la historia se vuelve más rara
porque su compañero silencioso lo miró con una mezcla de confusión y culpa en
el rostro. Parecía algo sorprendido porque no abrí la puerta de inmediato. El
hablante me miró algo perturbado, como si supiera que estaba buscándoles algo
raro. ‘Vamos, señor…’, dijo de nuevo, suave como la seda.
‘(…) ¿Qué
película quieren ver?’ pregunté finalmente. ‘Mortal Kombat, por supuesto’,
contestó. ‘Claro’, respondí y miré rápidamente la marquesina y el reloj en mi
auto. La película había empezado una hora atrás y era la última función de la
noche. Me interrumpió y dijo: ‘Vamos, señor… déjenos entrar. No podemos entrar
hasta que nos deje (…). Solo déjenos entrar y nos iremos antes de que lo sepa.
Iremos a la casa de nuestra madre’.
Me di cuenta de
que mi mano estaba en la manija de la puerta, casi por abrirla, cuando la
retiré de manera violenta por algo, por algo que me obligó a no mirar a los
niños. Y cuando los miré nuevamente, cuando mi mente volvió en sí, vi por
primera vez sus ojos. Eran negros como el carbón. Sin pupila. Sin iris. Sólo
dos orbes negros que reflejaban la luz roja y blanca de la marquesina.
El joven
silencioso tenía una expresión de horror que parecía indicar dos cosas: ocurrió
lo imposible y se dio cuenta. El mayor aparentó furia y reiteró: ‘Vamos, señor.
No lo lastimaremos. Tiene que dejarnos entrar. No tenemos armas…’. Esto me
asustó a más no poder. Con ese tono prácticamente estaba diciéndome ´No
necesitamos un arma’. Elevó la voz y con palabras que mezclaban enojo y pánico
dijo por última vez: ‘¡No podemos entrar si no nos… da… permiso!’. Ya tenía la
mano sobre la palanca de cambio y arranqué en reversa a toda velocidad. Cuando
volteé para verlos bien. Habían desaparecido.
Esta es la versión
resumida que Bethel contó sobre su experiencia, nunca más le paso algo parecido
hasta el día de hoy, sin embargo que hubiera pasado si deja entrar a esos
niños, según el periodista, estuvo investigando y descubrió que su caso no es
el único, al menos solo descubrió lo que le paso a otros que se alejaron de los
niños, pero que ay de aquellos quienes accedieron a dejar entrar a su espacio
privado.
La investigación apunta
a algo paranormal sea fantasmas, demonios o vampiros que no pueden entrar a tu
espacio privado a menos que tú los invites o les des permiso, con apariencia de niños entre 10 y 17 años, este caso aun
esta sin resolver.
Las imágenes que se muestran fueron encontradas en la
red, tienen sus propios autores y/o dueños, solo se han colocado como información
y guía del tema que estamos tratando.
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