
Sawney Beane nació en el condado de East Lothian durante el
siglo XVI, bajo el reinado de Jacobo VI de Escocia. Su padre trató de encaminar
la actitud rebelde del muchacho para que le sucediese en el negocio familiar en
la panadería, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Un buen día Sawney se
escapó de su casa junto con una mujer, de la que muchos decían que tenía
ciertas "inclinaciones extrañas", y juntos se marcharon en dirección
a la costa del condado de Gallway. Esa fue la última noticia que sus padres
tuvieron de él, y no se sabe que los hayan visto acercarse a algún pueblo.
No resultaba extraño que algunos viajeros se perdieran, en
parte debido a los salteadores y en parte a las bestias salvajes, y durante
algún tiempo nadie relacionó las desapariciones entre sí. Pero estos hechos
fueron a más, llegando incluso a desaparecer gente de las zonas más apartadas
de la región oeste del condado. El transitar las carreteras no era seguro a
menos que se viajase en grupos grandes, habiéndose "perdido" ya
algunos grupos menores. Nadie se atrevía a viajar de noche, por muy armado o
acompañado que fuese. La desconfianza propició que algunos viajeros procedentes
de fuera fuesen tratados como sospechosos de los crímenes, e incluso se llegó a
castigar injustamente a inocentes, culpándoles de haber enterrado los cuerpos
en lugares remotos y secretos.
Algunos tramos de la carretera oeste de Escocia que conectan
con la región de Galloway permaneció cerrado durante dos años, con la esperanza
de que las personas o animales que lo provocaban falleciesen de hambre o se
viesen obligados a buscar otro lugar de caza. Esta medida, lejos de resolver el
problema, sólo acrecentó el horror de la situación cuando comenzaron a
desaparecer los cadáveres más recientes de algunos cementerios.
En algunos casos desaparecían por completo y en otros
algunas partes; esto llevó a la idea de que tal vez se enfrentaban a brujas o a
adoradores del Diablo que se alimentaban de carne humana. Se produjo otra
oleada de detenciones, juicios y ejecuciones en la horca, pero no lograron
poner fin a estas atrocidades. Muchos de los jueces y magistrados llegaron a
asegurar que nunca se podrían detener los crímenes por medios humanos, y que
sería necesaria la intervención de Dios para hacerlo. Nadie sabía nada acerca
de los responsables, y mucho menos del destino de sus víctimas, aproximadamente
unas 1.000 (entre hombres, mujeres y niños) a lo largo de 25 años.
Un día se encontraban viajando un hombre y su esposa de
regreso de una feria comercial durante el otoño, ambos a lomos del mismo
caballo y pasaron cerca por la zona de las desapariciones. Antes de darse cuenta
de lo que sucedía fueron rodeados por un nutrido grupo de hombres y mujeres de
diferentes edades, que les atacaron con inusual fiereza. Gracias a la espada y
la pistola del viajero pudo hacer frente a parte del grupo, pero su mujer cayó
del caballo durante la refriega y fue apresada por los atacantes, que se la
llevaron rápidamente fuera del alcance de su marido.
Utilizando al caballo como ariete, el viajero logró zafarse
del ataque y herir gravemente a varios de ellos, así como provocar la huida de
los demás. Entonces les persiguió en busca de su esposa pero sólo pudo hallar
parte de su cuerpo por el camino. Tan aterrado como enfurecido fue en busca de
las autoridades para que le ayudasen a dar caza a los responsables, y cuando el
rey James VI supo lo que ocurría envió una fuerza de 400 soldados para la
búsqueda.
Con la ayuda del viajero para darles un punto donde iniciar
la búsqueda y acompañados por sabuesos, los soldados llegaron hasta la costa
del oeste y comenzaron a barrer cada cueva o recoveco donde un humano se
pudiese esconder. Finalmente los sabuesos encontraron una apertura en la roca
que daba a un oscuro túnel, así que los soldados decidieron internarse para
explorar. Antes de dar con los responsables de las desapariciones, los soldados
contemplaron en una bóveda del interior un terrorífico espectáculo de miembros
humanos colgados del techo e innumerables huesos que alfombraban el suelo. A un
lado de la caverna había una enorme montaña de pertenencias de los
desaparecidos, oro, espadas, pistolas, anillos y ropas de todas clases y
tamaños, que habían ido acumulando durante los 25 años de sus cacerías de
humanos.
Los responsables de tamaña atrocidad fueron identificados
como Sawney Beane y su esposa, en compañía de sus seis hijos, seis hijas, dieciocho
nietos y catorce nietas, producto de relaciones incestuosas. También se observó
que no hablaban ningún idioma concreto, sino que se comunicaban con un
primitivo sistema de sonidos guturales y gestos.
Los miembros de la familia Beane fueron encerrados en
Tolbooth hasta que se encontró y enterró a todas sus víctimas, tras lo cual
fueron trasladados a una fortaleza en Leith donde fueron ejecutados sin juicio
previo. Los hombres del clan fueron desmembrados y ejecutados mientras que las
mujeres perecieron en la hoguera. De esta manera se ponía punto y final a uno
de los mayores episodios de crímenes que había vivido Escocia hasta esos días.
Las imágenes que se muestran fueron encontradas en la red,
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del tema que estamos tratando.
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