
La luna
estaba paseándose por el cielo y se preguntaba, ¿por dónde podré bajar?, a
pesar que el espacio azul del cielo era inmenso, a ella le parecía una jaula,
el único amigo que siempre le acompañaba era el aire. Ella lo observaba, libre,
nada lo detenía y este se desplazaba por todos lados, desde la tierra hasta
jugueteaba con las nubes. La luna miraba esa gran alfombra verde de las
praderas, anhelaba poder pisar esos valles, resbalarse por las colinas que descendían
hasta las profundidades de un misterioso manchón azul.
-Quiero
conocer ese otro cielo que tienen abajo -le contó al aire.
No es el
cielo, mi amiga -silbó él-, es el mar.
¿Mar? ¿Qué es
eso?, sus deseos se acrecentaron y en un ataque de mal genio grito:
-¡Quiero
bajar! ¡Quiero bajar!
Una
estrella peleadora que la escucho le dijo:
-¿Para qué
formas berrinche? Eres centinela de la noche y no puedes dejar tu puesto.
Sin embargo
cuando las nubes vieron lágrimas de plata en sus mejillas, se pusieron de
acuerdo, pues ellas comprendían sus anhelos ya que en sus viajes siempre
admiraron la tierra sin llegar a poder ir a ella.
-Te vamos a
ayudar para que no se note tu ausencia -le dijeron-. Cada una de nosotras
colgará sutiles gasas de neblina y entre todas formaremos un telón, que dejará
la noche más oscura que boca de lobo.
-¿Qué es
eso? -preguntó ingenuamente la luna que no sabía nada de lobos.
El arco
iris se sumó a la empresa y presto su escala de siete colores, la luna vestida
con una capa negra, un aderezo de tules y una coronita de estrellas, como una
reina bajo orgullosa, todo estaba yendo de las mil maravillas, la tierra le abría
al fin sus brazos amorosos, sus lagos y sus abanicos de palmeras.
Lo primero
que experimento fue la sensación de volar, de ser libre como un pájaro, hasta
que sus pies tocaron una colina agreste cubierta de vegetación entre las que
cruzaba el rio Paraná con su canto característico.
No pudo
evitar sentirse como una niña, fascinada por las flores y los perfumes, fue a
las aguas y reflejo su rostro redondo, le pareció que se veía muy pálida entre
los coloreados frutos que la rodeaban, le hubiera gustado más ponerse trenzas y
parecer una campesina.
-¿Dónde
habrá niños? - se preguntaba, sin saber que era este un lugar tropical y muy
desierto.
-Ven a
nadar - la invitó el río con un murmullo de cascadas.
La luna no
se hizo de rogar y traviesa como era se despojó de su paca y sus tules, de su
corona de estrellas lanzándose luego a las rumorosas aguas que se llenaron de
reflejos. Se divertía haciendo oleajes, aparecía y desaparecía entre las aguas
cual barco redondo y pálido, ahora era ella quien miraba al cielo que sin su
presencia parecía un tanto oscuro.
Ahora – pensaba
- que he probado los frutos y conozco eso verde que es el pasto, los helechos y
el agua; ahora que he aquietado este deseo de tierra, podré volver a mi sitio y
ser para siempre una luz lejana, que alumbre los caminos del mundo y las
ventanas de sus casas.
Pero, ¡qué
bueno fue mirar desde abajo!
La luna era
inexperta en cuanto a lo que había en la tierra, se olvidó del jaguar un
temible animal de la selva que en las noches busca victimas para calmar su
feroz apetito. Entre los juncos, agazapado observaba a la luna la cual le parecía
una gran tortilla de maíz, aunque por el color tal vez aun esta cruda – pensó.
En un
momento se abalanzo hacia su objetivo, pero un diestro cazador que ya lo había observado
con un cuchillo termino con su hambre y con su vida. El cazador no estaba solo,
y cerca se encontraba su mujer y su hija, los cuales eran los únicos habitantes
de este lugar alejado de la selva. Tenía una choza en un claro y desde hace un
buen tiempo que esperaba liquidar al jaguar ya que por su culpa muchos de sus
animales domésticos habían muerto por él.
-No temas,
criatura -le dijo a la luna, que tiritaba de susto, el cazador ignoraba aún de
quien era esa redonda cara pálida-. Yo te llevaré a mi choza, en donde mi
familia te atenderá.
Generoso,
como buen campesino, le cocinó la última tortilla de maíz que quedaba; pasarían
muchos meses antes de la próxima cosecha. La luna, envuelta en una gran sábana,
se sintió feliz y humana entre gente tan amable, pero en un momento en que el
cazador hablaba en su habitación en privado con su mujer escucho parte de la discusión y oyó decir a la esposa de
su salvador:
-¿Qué vamos
a comer mañana? Se acabó el maíz.
La luna
supo que su presencia ahí tal vez le estaba creando problemas a la familia, con
pena se puso su capa de reina, sus gasas y su coronita maltrecha. Estaba decidida
a volver a su puesto en los cielos, pensó en agradecer a todos los que le
ayudaron a bajar a la tierra y partió. En la casa del cazador nadie se había percatado
de su ausencia, la luna fue hacia el arcoíris que aun la esperaba con su
escala.
La luna
pensaba en cómo podía agradecerles a esos campesinos que habían sido tan
amables con ella, algo que les ayude a vivir momentos felices, olvidarse de la
soledad y que los repongan de los duros trabajos que realizan, con ese
pensamiento y envuelta en pena unas lágrimas de plata cayeron de sus mejillas
iluminando la choza de luz con varios reflejos, mientras avanzaban estas se perdían
en los campos. Pero todos dormían y nadie se percató de este extraño suceso.
A la mañana
siguiente el buen hombre salió dela casa, y vio que extraños arbustos habían aparecido
por todas partes, entre sus hojas oscuras se notaban florecillas blancas, la
mujer al verlas casi no pensó en su extraña aparición pues el hambre le
molestaba y con sus hojas preparo una infusión, algo increíble sucedió, pues
esta bebida les hacía sentir con mucho mejor ánimo y todos se sintieron mucho
mejor.
Este
arbusto crecía con rapidez y al principio fue tomado como maleza y el país entero
se llenó de él, sin embargo poco a poco fue reconocida sus extrañas propiedades
fue llamada yerba mate y comenzaron a manufacturarlo como un producto de consumo.
Apareció la bonanza en sus ciudadanos, se dice que la hija del campesino si
tuvo una idea de donde provenía esta extraña yerba, fue la que primero
aprovecho sus propiedades, pues al tener las primeras plantas están no le permitían
morir e iba por todos lados repartiendo este don de la luna.
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