
Cuentan que en la ciudad de Ibarra dos amigos llamados
Carlos y Manuel fueron a sacar agua del pozo un encargo que el padre de Carlos
les había encomendado. Después de obtener el agua debían ir a regar las papas
en la huerta de la casa. Este encargo era urgente ya que vieron que la cosecha
estaba a punto de estropearse por ese motivo no importo que el crepúsculo estuviera
casi sobre ellos, el recado era lo más importante.
La noche llego sobre ellos mientras iban camino de la
huerta, entre oscuras calles y callejones, sin embargo algo peculiar se
escuchaba en el aire, un extraño sonido que tenía cierta similitud a un tambor.
A medida que seguían en rumbo a la huerta, se dieron cuenta que el sonido provenía
del lugar donde iban una especie de sonido sincronizado con sus pasos al
caminar. Llego un momento en que los jóvenes sintieron temor por lo extraño del
asunto así es que se escondieron en una casa abandonada y lo que vieron los
dejo perplejos.
Primero el sonido de una procesión iba llegando a ellos,
poco a poco se acercaba a la vuelta de la esquina por el callejón donde ellos
estaban, sin embargo llegado el momento no esperaban ver con horror a una procesión
fantasmal de seres encapuchados llevando velas en sus manos. Observaron que sus
pies no tocaban el suelo flotando sin esfuerzo mientras avanzaban, sobre sus
hombros cargaban una carroza en la iba sentado un ser demoniaco con largos
cuernos, dientes puntiagudos y unos ojos que tenían cierta similitud con las
serpientes. Atrás de todo el grupo iba un hombre si capucha con el rostro pálido
como si fuera un muerto viviente, tocaba un tambor al compás de la procesión,
sonido que los amigos escucharon al principio.
En ese momento ambos jóvenes recordaron las historias que habían
oído de niños, una que mencionaba a ese tambor el cual recibía el nombre de “la
caja ronca”. Todo esto fue demasiado para los jóvenes quienes después de un
momento, se les nublo la mente y perdieron el conocimiento. Poco a poco fueron
despertando luego para darse cuenta que ambos cargaban una vela en cada mano
similar a la que cargaban los procesionarios fantasmales.
La impresión fue demasiada y más cuando se dieron cuenta que
las supuestas velas eran huesos humanos tan blancos como la cera, ambos
gritaron con horror de tal manera que fueron escuchados por los vecinos quienes
acudieron y encontraron a los muchachos en su escondite en la casa abandonada. Temblaban
y balbuceaban palabras ininteligibles, después de un momento mientras fueron
calmados los vecinos les acompañaron con sus familiares.
A pesar que contaron a todos lo que habían visto, nadie les creyó
la historia dela procesión, incluso su padre les acuso de vagos y bribones por
no haber cumplido la tarea encomendada y ambos fueron castigados.
Desde ahí hasta el final de sus días ninguno tuvo el
suficiente valor de volver a salir en las noches por las oscuras calles de la
ciudad.
Las imágenes que se muestran, fueron encontrados en la red,
tienen sus propios autores y/o dueños, solo se han colocado como información y guía
del tema que estamos tratando.
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