miércoles, 2 de noviembre de 2016

La leyenda de Pila y Chonta

Esta es una antigua leyenda proveniente del Ecuador, donde hacen referencia a la aventura de dos hermanos quienes estuvieron a punto de morir ahogados en un épico diluvio, pero veamos con más detalle esta increíble leyenda.



Cuentan que por esas regiones existe una altísima montaña muy especial, que cuando los cielos se abren causando inundaciones, no importa el volumen del agua que cae su cumbre nunca se sumergirá ya que se elevan causando estirones hacia el cielo, de esta forma se le podría confundir de cierta distancia a una isla.

En esa montaña fue donde dos hermanos niña y niño lograron subir cuando el gran diluvio desbordo mares y ríos. Sus verdaderos nombres fueron devorados por el tiempo, pero en su paso hacia la actualidad fueron renombrados en el camino como Pila y Chonta.

Fue en esa ocasión especial que al ver como el mar avanzaba cubriendo la tierra, Chonta tomo de la mano a Pila y corrieron en dirección de la cumbre para evitar ahogarse. Toda la montaña rugía en cada estirón de su mole, los niños solo podían agarrarse de sus raíces y de las rocas para no rodad en los acantilados. Al terminar el movimiento de la montaña vieron que los valles enteros estaban cubiertos de agua y ya les fue imposible volver al lugar donde estaba su cabaña, solo les quedaba buscar un refugio en la cumbre misma y es ahí donde encontraron una caverna, perfecta para guarecerlos.

Después buscaron alimentos alrededor sin embargo solo raíces y hierbas duras era lo que había:

¡Ay! -lloró Pila-, ¡me duelen las tripas de hambre! - A mí me gustaría tener una cabeza de plátanos y un ananá jugoso -suspiró Chonta.

A pesar que buscaban entre las rocas bichos para comer lo cierto que en el crepúsculo estaban tan hambrientos como en el alba.

Al término de una tarde, después de buscar alimento por todos lados llegaron a la cueva justo cuando el sol se ocultaba, entonces la niña vio sobre la piedra que usaban de mesa para machacar raíces un mantel de hojas frescas y sobre ella, frutas, carnes, maíz y todo lo que añoraban comer en días pasados de hambruna.

¡Mira!, ¿quién habrá traído esta deliciosa comida?- gritó Pila. - No lo sé- contestó Chonta.

Ambos se abalanzaron sobre los alimentos y comieron hasta quedar satisfechos, así poco a poco quedaron dormidos, pero en sus sueños comenzaron a escuchar las risas, gritos y conversaciones de los guacamayos, los loros de gran tamaño que habitan en las selvas oscuras de los valles.

Al despertar y en los días posteriores ya no tuvieron que ir en busca de comida, pues quienes fueran los seres que les estén alimentando estos seguían trayendo más comida para los niños. Nunca fueron capaces de verlos, solo se presentaban cuando los niños se alejaban de la cueva o cuando dormían, pero esto solo sirvió para agrandar la curiosidad que los niños sentían por esta gran generosidad.

Sumado a que las actividades ene l lugar eran escazas solo podían intentar investigar quien era quien les ayudaba.

- Escondámonos cerca, entre las rocas- sugirió Chonta. - Así sabremos quiénes son- dijo Pila.

Antes del amanecer ambos se escondieron al lado de la caverna, estaban ansiosos y en ese estado estuvieron por varias horas, el sol comenzó a calentar el lugar y el clima tropical más el calorcito del momento relajo tanto a los niños que fue adormeciéndolos, pero en ese estado escucharon un fuerte aleteo y sonoros gritos.

Al asomarse observaron unos grandes guacamayos pero con colores nada relucientes, sin embargo una segunda mirada que dieron ambos, notaron que era porque tenían puestos unos delantales y gorros de cocinero que les daba un aspecto cómico, no pudieron aguantarse la risa por mucho tiempo y dijeron:

- Mira, Chonta, son loros disfrazados- se burló Pila. - ¡Ja, ja, ja!, ¡mira cómo las plumas les asoman por debajo de los delantales y de los gorros! -gritó Chonta, sujetándose la barriga de risa.

Los loros descubiertos se enojaron por haber sido descubiertos y más con las burlas de ambos niños, con las plumas erizadas y con ojos de cólera volaron lejos llevándose la comida que tenían. Los niños rieron un buen rato hasta que se dieron cuenta que las aves no volvían, así fueron pasando varios días y poco a poco comprendieron el grado de imprudencia así como de ingratitud que habían mostrado a quienes les estaban ayudando.

- Ahora moriremos de hambre por habernos reído de nuestros amigos -gimió Pila. - Tal vez si les pedimos perdón, los hermosos guacamayos vuelvan a salvarnos- razonó Chonta.

Con sus pocas fuerzas, comenzaron a gritar pidiendo perdón, lo hicieron mañana y tarde y se arrepentían por haber ofendido a sus bienhechores. Al día siguiente un gran alboroto de plumas los sorprendió, los guacamayos habían vuelto pero no llevaban en esta ocasión los delantales.

Pasaron los días y los niños crecían y engordaban por la buena alimentación además que tenían la distracción de tan graciosos amigos, aun así, todas las tardes observaban el valle para comprobar si las aguas retrocedían, un día se dieron cuenta que así era, pues poco a poco se iba formando líneas de ríos, lagunas mientras la costa se alejaba cada vez más, las tierras se secaban y poco a poco las selvas comenzaron a pintarse de verde.

Un día Pila y chonta decidieron que talvez ya era momento de volver donde estaba su antigua cabaña, pero no querían perder a los loros y su alegría, no solo por el alimento sino por la belleza de ellos les alegraba el día, todo en ellos era una buena compañía reconfortante.

Guardemos uno para nosotros- resolvió Pila, convertida en una muchacha-. Así no tendré tanto que trabajar cocinando. Cuando los guacamayos vinieron como siempre, con los alimentos, entre los dos hermanos apresaron a uno de ellos y le recortaron las alas para que no pudiera volar. - Perdónanos por hacerte esto, amigo, pero no queremos perderte al bajar al valle - le explicaron.

Lo llevaron consigo, amarrado de una pata. Pero estas aves nunca abandonan a uno de los suyos, así que toda la bandada siguió a los muchachos hasta el sitio donde antes vivieran. En el valle los guacamayos se transformaron en seres humanos, en muchachas y muchachos alegres y hermosos: sus ojos brillaban y sus cabelleras tenían reflejos multicolores. Con el paso del tiempo, Pila y Chonta se casaron con aquellos seres de extraña belleza, llenos de buena voluntad.

Según la leyenda, este es el origen de una raza indígena ecuatoriana. Las abuelas que cuentan este relato concluyen así la historia: "Aquellos loros misteriosos fueron dioses de las antiguas selvas y sus virtudes y poderes benéficos se transmitieron a sus descendientes".


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