
Se cuenta que el truwi también conocido como chinchillón o
vizcacha andina, había perdido una apuesta entre varios animales de su comarca
y por ellos debía pagarles una comida a los ganadores, sus kuchü: entre ellos
había también algunos koncho, con quienes estaba doblemente obligado.
La variedad de preferencias entre sus amigos le dificultaba
el prepararlo, pues algunos solo comían carne, otros pasto y raíces e incluso
algunos solo comían el pescado fresco de las lagunas en especial del lago Lácar.
Los días pasaban y el truwi no avanzaba en la preparación,
es mas no tenía aún nada listo, esto no era raro en él ya que se sentía gran
señor y no le gustaba trabajar, pero su mujer al ver lo que ocurría le riñó
seriamente.
Entonces el chinchillón se hinchó, alzó con soberbia su
larga y espesa cola y se fue hacia la orilla de lago Lácar, se sento en el
interior de un tronco hueco donde no se le notaba ni la cola y ahí silbando
espero a algún incauto.
Al poco rato el silbido hizo su trabajo y atrajo la curiosidad
de la lipüng una trucha quien asomo la cabeza entre los junco, el truwi, al
verla con voz grave dijo:
-Yo soy el gran Rayo Futha LüIke.
Al decir esto, sacó pecho y vientre de orgullo. Muy vanidoso
se sentía el vanidoso pícaro, de estirpe de ladrones, quien nunca diera carne
por carne, como si fuera de la familia del zorro.
La trucha completamente extasiada, y el truwi con una mirada
comprobó el buen estado de la presa, volvió a hinchar su pecho y dijo:
-¿Conoces a mi mujer? Se llama Amankai y es de un hermoso
color rojo. ¿Quieres que te haga una visita?
La curiosa lipüng se sintió conmovida ante tanto honor y le
pidió al Gran Rayo que trajera a su mujer, cuyo magnífico nombre nunca oyera
mencionar. Entonces el ladrón le dijo, con aire muy amable:
-Acuéstate sobre la arena: llamaré inmediatamente con un
silbido a Amankai, mi mujer.
El chinchillón silbó fuertemente y muy pronto se presentó en
escena un personaje; pero no se trataba de su mujer, sino del águila cazadora,
que dormía en un árbol vecino y a la cual acababa de despertar el silbido. El
águila vio a la trucha gorda y reluciente sobre la arena, entre los juncos y
como tan preciada presa despertó su avidez, intentó atraparla, pero el truwi intervino
muy oportunamente, y con enérgica voz, que surgía como un trueno del hueco del
tronco, dijo, mientras la trucha miraba con aire estúpido la escena, sin
comprender nada:
-Vamos a narrarnos unos cuentos y ...alabado sea Dios!
...usted puede ser nuestro juez. Proclamaremos vencedor a quien refiera el
cuento más largo y con mayor número de personajes.
¡Empieza tú, jaspeada
hermosa, la de los bellos ojos!
Dentro de un momento llegará mi mujer, para otorgar el
premio.
La lipüng no sabía narrar, sin embargo se sentía tan honrada
de ser considerada en esta preferencia que después de un gran esfuerzo mental
dijo así:
-En cierta ocasión vino el puma, a mirarse en el agua..., Después
vino el huemul a mirarse en el agua... y luego el zorro colorado y el jabalí a
mirarse en el agua... Después, vino el gato montés y más tarde el zorrino...
Por último, llegó el ser más hediondo entre los hediondos, el truwi, el de la
cola sucia y viscosa; el gran presumido vino al lago, y también quería mirarse
en el agua...
El truwi estuvo a punto de abalanzarse furioso sobre la
calumniadora, pero el águila, quien advirtió el movimiento del tronco, dijo con
tono conciliador: -Lo pactado debe cumplirse: le toca el turno a usted, señor
silbador: debemos seguir como amigos... El águila sentía crecientes deseos de
comerse la trucha, pero como no sabía quién estaba oculto en el árbol creyó
prudente esperar.
La voz que salía del tronco hueco era sonora como la de un
demonio, -¡Ay! ¿Y si fuera el Trauko?
El truwi ya más tranquilo empezó su narración así:
-Hace muchos años, una gran ciudad ocupaba este lugar del
lago. La trucha tembló de emoción, ya que sus aristocráticos tatarabuelos
habían vivido en esa época, pero no en la propia ciudad sino en sus
alrededores.
-En la ciudad reinaba un inca -continuó el truwi… Un inca
perverso y descreído.
Lo sé por boca de mi cheche, el padre de mi augusta madre:
mis ascendientes, las familias de Futha Lüfke, habían precedido en el gobierno
de la ciudad al inca malo.
"Ese inca maltrataba y hacía matar a la gente, sin
piedad, por cualquier motivo. Pronto sus súbditos se contagiaron y se tornaron
perversos e intolerantes como él. "Odiaban a los extranjeros y los llamaban
burlonamente "huinkas", o sea "ladrones de animales",
porque veían que lucían pieles desconocidas y adornos de plumas raras, nunca
vistas en la cordillera nevada. "A tanto llegó la perfidia de aquel inca
que Dios, sentado en el cielo azul de su Reino, con su Señora Madre a su lado,
decidió castigarlo.
"Justo era su designio, ya que Él era el creador de la
tierra, las aguas y los hombres. Y por eso mandó a su hijo, ya mozo y vestido
de mendigo, para poner a prueba el corazón del inca.
"El hijo de Dios, con su pobrísima indumentaria, se
presentó ante el soberbio gobernante y le imploré su ayuda.
"Este, enfurecido, les ordenó a sus guerreros que lo
prendieran y empalaran, pero en el momento en que se iba a cumplir la voluntad
del soberano, ante el estupor general, el joven se convirtió en un veloz
arroyuelo y se deslizó a través de la ciudad... Nada lo atajaba: corría y
corría, con creciente prisa...
"El inca oyó entonces una voz que le decía:
"-Serás castigado, malvado.
"Lejos de atemorizarlo, esas palabras lo llenaron de
ira. "Cuando llegó a su casa, encontró a su hijo muerto. "Los
lamentos resonaban en todo el ámbito de la ciudad. "Los machi y todos los
que eran capaces de interpretar el destino, comprendieron que el Gran Chau del
cielo había mandado a su emisario para castigarlos. "A pesar de la
prohibición del inca, muchos hicieron en secreto sacrificios para aplacar la
ira divina. Cuando el inca lo supo, vociferó contra Dios y no sólo no le
ofreció holocaustos, sino que castigó con la muerte a los pocos hombres que se
mostraban creyentes. "En su cólera, arrancó la bandera blanca, que pedía
buen tiempo, e hizo colocar la negra, que reclamaba lluvia, y él mismo, con un
hacha, taló el árbol sagrado, el canelo.
"Otra vez, oyó la voz que le anunciaba:
"-Pronto llegará tu castigo. ¡Morirás!
"La voz provenía de mis propios aristocráticos
bisabuelos, quienes vivían en las afueras de la turbulenta ciudad, en sus
palacios de piedra labrada o madera pintada, como acostumbraban vivir los
grandes señores en sus dominios. La voz de mis antepasados encarnaba la verdad:
el riachuelo crecía sin cesar; primero, arrastró objetos pequeños y luego todo
lo que encontró en su camino.
"Empezó a llover torrencialmente y el río se convirtió
en una inmensa masa de agua embravecida, que arrastró a animales, hombres y
casas; el palacio del inca desapareció con todos sus habitantes y numerosas
mujeres, porque había tantas como fuegos se encendían en él.
"Porque cada mujer tenía a su cargo un hogar y además
una parcela de tierra de cultivo. Y no quedó una sola ruka en pie. El inca y la
ciudad desaparecieron bajo las embravecidas olas de este gran lago.
"Con el correr de los años, la gente olvidó el nombre
de la ciudad, que se llamaba Kara Mahuida, o sea "Ciudad de la montaña y
del bosque". Porque, como se puede ver aún, la rodeaban estas montañas y
estos magníficos bosques...
"Y al lago que sepultara a la ciudad lo llamaron Lácar,
lo cual significa "ciudad muerta"...
Así termina mi cuento, señor juez – dijo el truwi- creo que
por la variedad de personajes, la descripción de la ciudad y otros detalles me
corresponde el premio y el premio es…
Al decir esto quiso salir rápido del tronco, pero ni bien lo
miro el águila reconoció al pícaro truwi, así que le cerró el paso sin
miramientos y decidió comerse a la trucha.
Sin embargo en este punto la lipüng ya se había dado cuenta
que algo pasaba y antes de que la narración concluyera se había deslizado a las
aguas del lago desapareciendo en ellas.
Ambos burladores quedaron burlados, el águila molesta decidió
atrapar al truwi, quien estaba regordete, pero el truwi previó el peligro y se
ocultó en su escondite.
Desde entonces, el truwi vive en los huecos de los árboles o
rukas de piedra, adonde sólo llegan los búhos.
Todos los animales desprecian al truwi y al águila de rapiña
por sus pésimas cualidades.
La ciudad muerta yace en el fondo del lago, que por eso se
llama Lácar, aunque también puede significar "lugar misterioso", o
"lugar que asusta". Sus plácidas aguas se agitan en ciertas
ocasiones, peligrosas y traicioneras.
El inca fue condenado a cabalgar sobre un enorme tronco, con
el cual ha de navegar eternamente por todo el lago. Así se lo ve en medio de
las tempestades que convulsionan las aguas, entre los vientos que rugen y
braman desatados, sobre las olas blancas de espuma, a la luz de los rayos
verdes que saben cruzar el espacio.
El inca, dueño y señor de sus aguas, poseído de su antigua
crueldad, ataca y mata a cuanto ser vivo encuentra a su paso; por eso, todos
huyen y se ocultan.
Al pasar la tempestad, suele verse flotar en la superficie
los cadáveres de animales y también de hombres. Hasta las sirenas del lago se
ocultan en las grutas, que son los palacios de la extinguida Kara Mahuida.
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