viernes, 9 de diciembre de 2016

La leyenda del Lago Lácar y su ciudad muerta

Aquí presentamos una leyenda que gira en el lago Lácar recogida por Bertha Koeesler, recopiladora de relatos orales araucanos o mapuches y está en especial es recogida de ellos, espero sea de su agrado.



Se cuenta que el truwi también conocido como chinchillón o vizcacha andina, había perdido una apuesta entre varios animales de su comarca y por ellos debía pagarles una comida a los ganadores, sus kuchü: entre ellos había también algunos koncho, con quienes estaba doblemente obligado.

La variedad de preferencias entre sus amigos le dificultaba el prepararlo, pues algunos solo comían carne, otros pasto y raíces e incluso algunos solo comían el pescado fresco de las lagunas en especial del lago Lácar.

Los días pasaban y el truwi no avanzaba en la preparación, es mas no tenía aún nada listo, esto no era raro en él ya que se sentía gran señor y no le gustaba trabajar, pero su mujer al ver lo que ocurría le riñó seriamente.

Entonces el chinchillón se hinchó, alzó con soberbia su larga y espesa cola y se fue hacia la orilla de lago Lácar, se sento en el interior de un tronco hueco donde no se le notaba ni la cola y ahí silbando espero a algún incauto.

Al poco rato el silbido hizo su trabajo y atrajo la curiosidad de la lipüng una trucha quien asomo la cabeza entre los junco, el truwi, al verla con voz grave dijo:
-Yo soy el gran Rayo Futha LüIke.
Al decir esto, sacó pecho y vientre de orgullo. Muy vanidoso se sentía el vanidoso pícaro, de estirpe de ladrones, quien nunca diera carne por carne, como si fuera de la familia del zorro.

La trucha completamente extasiada, y el truwi con una mirada comprobó el buen estado de la presa, volvió a hinchar su pecho y dijo:

-¿Conoces a mi mujer? Se llama Amankai y es de un hermoso color rojo. ¿Quieres que te haga una visita?

La curiosa lipüng se sintió conmovida ante tanto honor y le pidió al Gran Rayo que trajera a su mujer, cuyo magnífico nombre nunca oyera mencionar. Entonces el ladrón le dijo, con aire muy amable:

-Acuéstate sobre la arena: llamaré inmediatamente con un silbido a Amankai, mi mujer.


El chinchillón silbó fuertemente y muy pronto se presentó en escena un personaje; pero no se trataba de su mujer, sino del águila cazadora, que dormía en un árbol vecino y a la cual acababa de despertar el silbido. El águila vio a la trucha gorda y reluciente sobre la arena, entre los juncos y como tan preciada presa despertó su avidez, intentó atraparla, pero el truwi intervino muy oportunamente, y con enérgica voz, que surgía como un trueno del hueco del tronco, dijo, mientras la trucha miraba con aire estúpido la escena, sin comprender nada:

-Vamos a narrarnos unos cuentos y ...alabado sea Dios! ...usted puede ser nuestro juez. Proclamaremos vencedor a quien refiera el cuento más largo y con mayor número de personajes. 

¡Empieza tú, jaspeada hermosa, la de los bellos ojos!

Dentro de un momento llegará mi mujer, para otorgar el premio.

La lipüng no sabía narrar, sin embargo se sentía tan honrada de ser considerada en esta preferencia que después de un gran esfuerzo mental dijo así:

-En cierta ocasión vino el puma, a mirarse en el agua..., Después vino el huemul a mirarse en el agua... y luego el zorro colorado y el jabalí a mirarse en el agua... Después, vino el gato montés y más tarde el zorrino... Por último, llegó el ser más hediondo entre los hediondos, el truwi, el de la cola sucia y viscosa; el gran presumido vino al lago, y también quería mirarse en el agua...

El truwi estuvo a punto de abalanzarse furioso sobre la calumniadora, pero el águila, quien advirtió el movimiento del tronco, dijo con tono conciliador: -Lo pactado debe cumplirse: le toca el turno a usted, señor silbador: debemos seguir como amigos... El águila sentía crecientes deseos de comerse la trucha, pero como no sabía quién estaba oculto en el árbol creyó prudente esperar.

La voz que salía del tronco hueco era sonora como la de un demonio, -¡Ay! ¿Y si fuera el Trauko?
El truwi ya más tranquilo empezó su narración así:

-Hace muchos años, una gran ciudad ocupaba este lugar del lago. La trucha tembló de emoción, ya que sus aristocráticos tatarabuelos habían vivido en esa época, pero no en la propia ciudad sino en sus alrededores.

-En la ciudad reinaba un inca -continuó el truwi… Un inca perverso y descreído.

Lo sé por boca de mi cheche, el padre de mi augusta madre: mis ascendientes, las familias de Futha Lüfke, habían precedido en el gobierno de la ciudad al inca malo.

"Ese inca maltrataba y hacía matar a la gente, sin piedad, por cualquier motivo. Pronto sus súbditos se contagiaron y se tornaron perversos e intolerantes como él. "Odiaban a los extranjeros y los llamaban burlonamente "huinkas", o sea "ladrones de animales", porque veían que lucían pieles desconocidas y adornos de plumas raras, nunca vistas en la cordillera nevada. "A tanto llegó la perfidia de aquel inca que Dios, sentado en el cielo azul de su Reino, con su Señora Madre a su lado, decidió castigarlo.

"Justo era su designio, ya que Él era el creador de la tierra, las aguas y los hombres. Y por eso mandó a su hijo, ya mozo y vestido de mendigo, para poner a prueba el corazón del inca.

"El hijo de Dios, con su pobrísima indumentaria, se presentó ante el soberbio gobernante y le imploré su ayuda.

"Este, enfurecido, les ordenó a sus guerreros que lo prendieran y empalaran, pero en el momento en que se iba a cumplir la voluntad del soberano, ante el estupor general, el joven se convirtió en un veloz arroyuelo y se deslizó a través de la ciudad... Nada lo atajaba: corría y corría, con creciente prisa...

"El inca oyó entonces una voz que le decía: "-Serás castigado, malvado.

"Lejos de atemorizarlo, esas palabras lo llenaron de ira. "Cuando llegó a su casa, encontró a su hijo muerto. "Los lamentos resonaban en todo el ámbito de la ciudad. "Los machi y todos los que eran capaces de interpretar el destino, comprendieron que el Gran Chau del cielo había mandado a su emisario para castigarlos. "A pesar de la prohibición del inca, muchos hicieron en secreto sacrificios para aplacar la ira divina. Cuando el inca lo supo, vociferó contra Dios y no sólo no le ofreció holocaustos, sino que castigó con la muerte a los pocos hombres que se mostraban creyentes. "En su cólera, arrancó la bandera blanca, que pedía buen tiempo, e hizo colocar la negra, que reclamaba lluvia, y él mismo, con un hacha, taló el árbol sagrado, el canelo.

"Otra vez, oyó la voz que le anunciaba:

"-Pronto llegará tu castigo. ¡Morirás!

"La voz provenía de mis propios aristocráticos bisabuelos, quienes vivían en las afueras de la turbulenta ciudad, en sus palacios de piedra labrada o madera pintada, como acostumbraban vivir los grandes señores en sus dominios. La voz de mis antepasados encarnaba la verdad: el riachuelo crecía sin cesar; primero, arrastró objetos pequeños y luego todo lo que encontró en su camino.

"Empezó a llover torrencialmente y el río se convirtió en una inmensa masa de agua embravecida, que arrastró a animales, hombres y casas; el palacio del inca desapareció con todos sus habitantes y numerosas mujeres, porque había tantas como fuegos se encendían en él.


"Porque cada mujer tenía a su cargo un hogar y además una parcela de tierra de cultivo. Y no quedó una sola ruka en pie. El inca y la ciudad desaparecieron bajo las embravecidas olas de este gran lago.

"Con el correr de los años, la gente olvidó el nombre de la ciudad, que se llamaba Kara Mahuida, o sea "Ciudad de la montaña y del bosque". Porque, como se puede ver aún, la rodeaban estas montañas y estos magníficos bosques...

"Y al lago que sepultara a la ciudad lo llamaron Lácar, lo cual significa "ciudad muerta"...


Así termina mi cuento, señor juez – dijo el truwi- creo que por la variedad de personajes, la descripción de la ciudad y otros detalles me corresponde el premio y el premio es…

Al decir esto quiso salir rápido del tronco, pero ni bien lo miro el águila reconoció al pícaro truwi, así que le cerró el paso sin miramientos y decidió comerse a la trucha.

Sin embargo en este punto la lipüng ya se había dado cuenta que algo pasaba y antes de que la narración concluyera se había deslizado a las aguas del lago desapareciendo en ellas.

Ambos burladores quedaron burlados, el águila molesta decidió atrapar al truwi, quien estaba regordete, pero el truwi previó el peligro y se ocultó en su escondite.

Desde entonces, el truwi vive en los huecos de los árboles o rukas de piedra, adonde sólo llegan los búhos.

Todos los animales desprecian al truwi y al águila de rapiña por sus pésimas cualidades.

La ciudad muerta yace en el fondo del lago, que por eso se llama Lácar, aunque también puede significar "lugar misterioso", o "lugar que asusta". Sus plácidas aguas se agitan en ciertas ocasiones, peligrosas y traicioneras.

El inca fue condenado a cabalgar sobre un enorme tronco, con el cual ha de navegar eternamente por todo el lago. Así se lo ve en medio de las tempestades que convulsionan las aguas, entre los vientos que rugen y braman desatados, sobre las olas blancas de espuma, a la luz de los rayos verdes que saben cruzar el espacio.

El inca, dueño y señor de sus aguas, poseído de su antigua crueldad, ataca y mata a cuanto ser vivo encuentra a su paso; por eso, todos huyen y se ocultan.

Al pasar la tempestad, suele verse flotar en la superficie los cadáveres de animales y también de hombres. Hasta las sirenas del lago se ocultan en las grutas, que son los palacios de la extinguida Kara Mahuida.


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