martes, 31 de enero de 2017

Un relato de la Yacumama

Este es un relato recogido del folclore amazónico, uno de tantos donde se menciona a esta colosal boa que pocos han visto, pues no muchos tienen la suerte de seguir con vida después de ese encuentro, pero todos quedan marcados muy dentro, pero veamos este relato en particular.



El principal entretenimiento de muchas gentes de Iquitos, consistía en llegar hasta cerca del muelle, cuando arribaban vapores brasileños, para verlos de cerca y contemplar de paso la “muyuna” (fuerte remolino en el rio) embravecida debajo de la plataforma del muelle.

 Un día dijeron que la Yacumama estaba embravecida; ese fue el día que murió el Remigio…

Hacía apenas una semana que el Remigio se había casado con la Donatilda, agregada a la joven y laboriosa pareja, doña Regina, la madre de Donatilda, parecía querer reivindicar a la suegra de su tradicional perfidia con el trato afectuoso y cordial que le brindaba a su yerno.

Hacía tiempo que el Remigio prestaba servicios en el muelle. Como se ha dicho, ahí, bajo la plataforma flotante y los pilares de hierro, guardado por la “muyuna”, en lo profundo del río habitaba la Yacumama, monstruo acuático que se dice muchas cosas, incluso que está provisto de dos cabezas, con cuerpo de boa centuplicado en el grosor, enteramente cilíndrico desde la cabeza a la cola, largo de 25 a 30 metros.

La yacumama era la madre de los ríos. Lo era del propio Amazonas. De ella aprendió al agua su constante deslizamiento, su serpenteo, sus acechanzas; y si ocurrían naufragios, aún los nadadores más expertos perecían ahogados al tomar un baño en la corriente, era porque el agua lo quería para proveer de alimento el vientre insaciable de su madre.

Según decían algunos trabajadores del muelle, en ciertas noches se podía escuchar el crujido de los anillos del monstruo cuando este se disponía a cobrar una pieza nueva, una vez salido de sus largos reposos digestivos; y aún era posible distinguir en el fondo del agua dos luces tan potentes como faros provenientes de sus ojos.

Doña Regina sabía algo más sobre el reptil. Tanto había oído hablar de él, en los largos años de su vida...

Aquel día, al oír decir a su yerno que la Yacumama estaba embravecida, la buena mujer comento:
Seguro no encontrara comida. Porque ella come gente que muere “augada” nomas… ¡Cuidado tú, que trabajas en el muelle hijo!

Esa tarde hubo mucha carga que desembarcar y esta labor debía ser por eso rápidamente ejecutada.

¡Y quien había de pensarlo! Serían las cuatro de la tarde, más o menos, cuando uno de los carros de carga que era bajado por el winche de la plataforma superior a la flotante, golpeo fuertemente a Remigio, que se encontraba cuidando de esta operación, arrojándolo al rio que se encontraba a un metro, justamente al centro de la muyuna que lo engullo para entregarlo a las fauces abiertas del monstruo, que al fin podía satisfacer su hambre, según las gentes que presenciaron el accidente.

Rato después con los ojos abrazados por dos lagrimas que no habían alcanzado surcar las enflaquecidas mejillas, más vieja al parecer, rodeada de parientes y amigos, mientras Donatilda lloraba inconsolablemente, doña Regina intercalaba entre frase y frase, una fatalista:


-¡Así tenía que ser! ¡Se lo había dicho yo!


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