
En un pequeño poblado de Francia en Villars-les-Dombes, había
un castillo que pertenecía a un caballero el cual era padre de un niño de unos
pocos meses de nacido. Este un día decidió ir de cacería pero al no contar con
nadie para que cuide de su hijo mientras este dormía, decidió ponerlo a cuidado
de su fiel perro guardián, un lebrel de buen porte llamado Guinefort.
La cacería no duro mucho pero cuando volvió el caballero a
su hogar, vio todo el cuarto del niño completamente desordenado, la cuna
volteada en el piso y sin rastro de su hijo. Este desesperado busco por toda la
casa y solo en un lugar encontró a su perro con manchas de sangre fresca en el
pelaje y hocico, al parecer también muy fatigado.
El caballero supuso lo peor del perro y su hijo y enfurecido
por lo que veían sus ojos, este saco su espada y partió en dos al perro en
venganza por la aparente muerte de su pequeño. Pero solo en unos momentos después
el caballero pudo escuchar el llanto de un niño, el cual salía de su cuna
volteada, al acercarse vio que a poca distancia una serpiente muerta yacía a un
lado.
¡Nooo! ¡¡¡Que había hecho!!! Al parecer su fiel Guinefort había arriesgado
su vida contra la serpiente salvando la vida del pequeño y si hubiera sido
mordido o solo estaba fatigado por el encuentro fue malinterpretado por su
dueño.
El caballero se dio cuenta de su error y tomo los restos del
que fuera su fiel perro y se dirigió a un pozo cercano donde lo depositó y
adicionalmente construyo una cubierta de piedras y plantas a modo de santuario
para de este modo recordar y agradecer al héroe que había salvado a su hijo.
Esta especie de santuario se hizo famosa por la región y su veneración
se extendió por los alrededores, atribuyendo incluso milagros al que sería
recordado desde entonces como “San Guinefort”.
Entre los escritos de la época hay uno del Inquisidor
dominico Esteban de Borbón que en 1250 escribió este extracto: “Los campesinos
de la zona… comenzaron a visitar el lugar y a honrar al perro como un mártir”,
sin embargo también describió algunos extraños rituales que acompañaban a la devoción
de este can como el dejar a hijos pequeños cerca al fuego que al parecer cobro
la vida de varios niños.
El inquisidor tomo medidas para erradicar dicha veneración a
un perro, la iglesia también estuvo de acuerdo con terminar esta veneración y
no hizo caso del pedido de canonizar a Guinefort ya que ellos dicen que un
perro no tiene alma y por este motivo pedían que dejaran de rezarle al recuerdo
del can.
Uno de los rezos más comunes por parte de los aldeanos era “San
Guinefort, protégenos de los idiotas y las serpientes malvadas”, de cualquier
manera la veneración a este recuerdo estuvo presente hasta mediados del siglo
XX y en la actualidad en algunos lugares de Francia aún recuerdan este pasaje
en su historia, la del santo perro Guinefort.
Las imágenes que se muestran fueron encontradas en la red,
tienen sus propios autores y/o dueños, solo se han colocado como información y guía
del tema que estamos tratando.
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